Pulicado por Swissinfo el 3 de agosto de 1014
Las escuelas que enseñan a cultivar abejas y cosechar miel nunca tuvieron tanto éxito en Francia, incluso en ciudades donde gracias a esa actividad sus habitantes de todas las edades se mantienen en contacto con la naturaleza. En las tres colmenas-escuela de la Asociación de la Abeja, cerca de Montpellier (sureste de Francia), «hay que reservar con dos años de anticipación para tener una plaza», explica su responsable, Christian Pons. En la región vecina de Lyon «nos vemos obligados a rechazar candidatos», confirma el presidente del sindicato de apicultura del departamento, Alain Rouchon, cuyos cursos reciben entre 120 y 150 personas por año.
El mismo furor se da en las escuelas de apicultura de la región de París, en los barrios de Montreuil (Seine-Saint-Denis), Vincennes (Val-de-Marne) o incluso en el centro de París, en los Jardines del Luxemburgo. Aunque las abejas están amenazadas por los pesticidas, las enfermedades o la uniformización agrícola, los alumnos son cada vez más numerosos en estos «criaderos» de futuros «pastores de abejas». Bajo la dirección de apicultores experimentados procedentes de sindicatos y asociaciones de apicultura, los alumnos aprenden cómo acercarse a las abejas, cuidar de ellas y cosechar la preciosa miel.
Para buena parte de los participantes, el objetivo es obviamente poder criar sus propios enjambres. Algunos, precisa Pons, esperan por ejemplo hallar en la producción de miel un pequeño complemento de ingresos, más que bienvenido en tiempos de crisis. Según la Unión nacional de apicultores franceses (Unaf), la apicultura ‘amateur’ está en plena forma, con más de 70.000 aficionados. Estos nuevos apicultores también vienen de las ciudades y muchos quieren «defender a las abejas, conociéndolas mejor», explica Alain Rouchon. Para estos habitantes de la ciudad, el objetivo no es sólo poseer un panal sino interesarse por estas «centinelas del medio ambiente» que desde hace años simbolizan el declive de la biodiversidad. En menos de 20 años, la producción de miel francesa cayó a la mitad y hay estudios que revelan el valor económico del trabajo gratuito realizado por estos insectos, piezas clave de la polinización.
Variedades de miel
Hugo Gandour es uno de estos habitantes de la capital que acude a la escuela de apicultura de Montreuil, ante todo para «mantener un contacto con la naturaleza», vigilando por ejemplo la floración de los tilos o las acacias. Gandour, un apicultor aficionado que empezó cuando vivía junto con su familia en el este de Francia, espera encontrar algún día un terreno donde poder instalar sus colmenas cerca de la capital.
Instalar los panales en la ciudad ya no es algo tan poco frecuente. Cada vez hay más empresas que las colocan en los tejados de París, en un jardín, o incluso un pequeño balcón, siempre y cuando se respeten las distancias de seguridad con relación a los vecinos. La ciudad puede incluso aportar su peculiaridad gustativa. Según el apicultor Guy-Noël Javaudet, instructor de la escuela de Montreuil, «éstas mieles tienen un gusto particular, que no acostumbramos a encontrar en los comercios», dice el experto en referencia a una miel de Sophora de Japón, un árbol que se adapta perfectamente al medio urbano. Con un poco de perseverancia, de gestión de las condiciones meteorológicas y de las diferentes floraciones un apicultor urbano puede obtener 20 kilos de miel al año.
Sin embargo, todo esto tiene un costo: entre 600 y 1.000 euros para lanzarse con dos colmenas y el material indispensable (vestimentas de protección, extractor, ahumador). «La abeja en la ciudad no es más que un símbolo, y no es allí donde se está jugando su supervivencia», admite Alain Rouchon. «En la ciudad se puede sensibilizar a la opinión acerca de las abejas, pero lo más importante en materia de apicultura no sucede en medio urbano», confirma Yves Vedrenne, presidente del Sindicato Nacional de Apicultura (SNA) e instructor en Vincennes (este de París).